Se hizo la noche (y nosotros en la kombi!)

[Translation coming soon!] Llegamos a Mendoza atravesando viñedos y olivos. Nos recibieron (muy bien!) los García – Lazo, amigos de mi hermana que decidieron venirse a vivir a esta ciudad. Cande, de Tornquist, quería volver al interior pero a una ciudad más grande y sin conocerla le dijo a Sebas: vamos a Mendoza. Y aquí estaban, con José de 2 y el próximo al caer, muy contentos, disfrutando la familia, amigos nuevos y de la intimidad especial que tiene el vivir lejos de terrenos conocidos. Revolucionamos la casa no habituada a estos temblores que provocan 4 chicos con ganas de moverse. Sebas, gran asador, preparó una bondiola con previa picada de salame mendocino y de las mejores berenjenas en escabeche que hemos probado, especialidad de su mamá.

A la mañana siguiente nuestro city tour se vio truncado por visita al dentista. Cala se despertó con tremendo buraco que convenía rellenar previo a Chile. Después de almorzar decidimos encarar el cruce. Visitamos a la Virgen de la Carrodilla, patrona de los viñedos y con ese ímpetu Francisca empezó a trepar los Andes.  La tierra naranja, las montañas de colores, cada curva vale la pena.

Llegando a Uspallata con el sol de fondo paramos a cargar nafta. Y ahí quedamos…Francisca no arrancaba! Sin señal de teléfono y otra vez con Manual en mano, Catire abre el baúl. Dejà vu. Yo miraba  el páramos circundante, qué fiaca quedar varados acá! Catire tocaba cables, hurgaba en las entrañas del motor, hasta que me dice: hay un cable de bujía suelto (¿?)…Sin mucha convicción busca en la caja de repuestos (sirven para algo!) un cable. En eso pierde una rosquita tamaño ojalillo. Desarma otra bujía y engancha. Se sienta frente del volante y con los mismos nervios de los egresados de Domingos para la Juventud, mete la llave. Arrancó!!! Con la sonrisa estampada en la cara decidimos seguir.

Llegamos al paso de Cristo Redentor en una noche limpia y fresca. Nos dan 6 meses para que Francisca vuelva  y ninguna respuesta sobre cómo hacer para extender ese plazo. Me da lástima el funcionario de turno que parece disfrutar con su falta de empatía. Justo aparecen dos chilenos simpatiquísimos que se dedican a los autos antiguos y nos recomiendan algunas opciones. Con su tarjeta guardada continuamos con los trámites. Avanza el contingente de aduana chilena. Revisan a Francisca con meticulosidad. Munidos de espejitos de dentista XXL buscan tesoros que no tenemos o sí… En eso nos confiscan una cebolla (que había encontrado Dimas en una parada de cordillera) y el salame mendocino regalo de un amigo de Sebas!!  De ninguna manera, sacamos cuchillo y pan fargo, y nos manducamos el manjar en la frontera.

Entrada la noche Francisca desciende “los caracoles” chilenos entre larga fila de camiones. Nos dicen que En Los Andes hay buenos autocampings. Hacia allá vamos! Todos dormidos nos perdemos el paisaje que debe ser tan lindo como el argentino pero disfrutamos de una noche de estrellas multitudinaria. Llegamos a Los Andes donde nadie nos espera… Ni rastros de campings. Barajamos opción hotel pero el precio da de baja la alternativa. En un hospital podremos estacionar? Paramos en una estación de servicio y nos dicen que es seguro. Listo, cansados decidimos estrenar la casa rodante en ese paisaje de paso. Armamos el tetris: Dimas y Cala en los asientos de adelante con el respaldo bien reclinado. Mia y Carmín pata cabeza en el baúl y nosotros en el salón central sobre la mesa en posición baja unida al asiento de atrás y a la butaca.

No llegamos a colgar las cortinas (tarea que quedó pendiente) así que con pareos y toallas tapamos las ventanas. Después de los primeros días muy cuidados nos tocó la primera noche áspera. Nada grave.  Superamos la prueba con muchas ganas de seguir viaje hacia Santiago.